Estimados hermanos sacerdotes, queridos seminaristas. Buenas noches a todos:
1. Con alegría y gratitud les saludo a cada uno de ustedes los aquí presentes, reunidos para celebrar conmigo el XXXII aniversario de mi ordenación sacerdotal. Agradezco de corazón estos gestos que expresan el cariño y el afecto hacia mi persona. De manera muy especial agradezco las amables palabras del José Luis Salinas Ledesma, Rector del Seminario, que me ha dirigido. De igual manera al Sem. Efraín Urbina Bárcenas, por su saludo y la felicitación que me ha hecho en nombre de cada uno de ustedes seminaristas.
2. Celebrar el aniversario de la ordenación sacerdotal, —pienso yo—es algo muy especial y significativo para cada sacerdote, pues se vuelve a vivir con alegría, aquel día tan dichoso en el que la gracia sacerdotal, transformó la vida personal y el entorno en el que se vive. Particularmente, porque es el inicio de la aventura en la cual, los ideales y las esperanzas fraguados en la formación, comienzan a hacerse realidad. Aunque muchas veces Dios nos toma por sorpresa y nos conduce por otros caminos que quizá no pudimos imaginar. Lo importante es la recta intención y la buena disposición que hemos de tener para que el Señor haga de nosotros instrumentos suyos, mediante los cuales se valga, para realizar en el mundo su obra salvadora.
3. Todos o al menos la mayoría, algún día llegamos al seminario, motivados en el corazón por grandes ideales y grandes propósitos; buscando las herramientas necesarias para poder ponernos al servicio de Dios y en un futuro no muy lejano, querer inyectar la alegría de Jesucristo en el corazón de muchos hombres y mujeres. Sin embargo, muchas veces con el paso de los años, estos ideales y grandes propósitos, pueden verse nublados por otros intereses, que descuidan el llamado de Dios y hacen de la formación, una formación débil, sin objetivos claros.
4. Es por ello que al celebrar con ustedes —sacerdotes y seminaristas— este aniversario, quisiera compartir tres reflexiones:
a. La primera: “Nunca pierdan de vista, el motivo y la intención con la cual llegaron al seminario”. Esto garantizará en ustedes mantener viva la alegría del llamado que Dios les ha hecho, y defender estos propósitos, especialmente en los momentos de prueba y dificultad. La vocación es como un plantita, necesitamos cuidar de ella para que florezca, esté siempre verde y logre realizar su proceso de fotosíntesis de manera normal. La vocación a la vida sacerdotal, el Señor no nos la ha hecho por nuestros méritos o capacidades. Nos la ha hecho sencillamente por amor. Y esto ha ocurrido desde la eternidad, sólo que cada uno la descubre en algún momento diferente de la propia existencia, motivado por las necesidades que el corazón del hombre va necesitando para ser feliz. Esta es la grandeza de los carismas en la vida de la Iglesia. Esta es la razón por la cual, a cada uno Dios nos va pidiendo responder de una u otra manera, pero siempre al servicio de la vida de la Iglesia. Nunca un don o un carisma será para provecho personal. En este sentido, es importante que siempre seamos proactivos, de manera que en el proceso de discernimiento, cada uno ofrezcamos las cualidades y defectos al servicio del Reino y el Señor sabrá ir moldeando el corazón humano, de manera que con la propia voluntad y la vida de la gracia, seamos un don para la vida de la Iglesia. Estas motivaciones internas que cada uno lleva en la propia mente y en el propio corazón, son el mejor antídoto contra la rutina y el vaivén de la vida cotidiana. Y son la mejor prueba del llamado de Dios.
b. La segunda: “Renueven, día con día, la alegría de la vocación”. Esto quiere decir que cada día que pasamos en el seminario o que ya siendo sacerdotes en el ministerio, necesitamos re-novar la llamada de Dios. Re-novar no significa, hacer de nuevo una cosa, sino significa buscar la manera en que la vocación sea siempre la llamada que Dios nos ha hecho; una realidad que cada día brota del corazón de Cristo. Para lograr esto, necesitamos ser amigos de Jesús, pues la amistad de Jesús, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos debe animar a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores, incluso nuestras traiciones. Parafraseando las palabras del Papa Francisco hoy les digo: ¡No se dejen robar la alegría de la vocación! Porque se puede perder y lo único que queda en nosotros son: amarguras y frustraciones.
c. La tercera: “Dejen que sea la gracia de Dios, la que forme en ustedes, los sacerdotes que la Iglesia necesita”. En este sentido, lo más importante es la docilidad de su corazón, capaz de confiar en ustedes mismos y en las demás personas. Para ello, el seminario les ofrece una estructura sólida y gradual. Donde lo más importante es la constante vida en el espíritu. Y que no sólo se manifiesta en la vida sacramental, sino en todas y cada una de las áreas de la formación. Por más sencilla y simple que sea una herramienta, actividad o estrategia, está pensada y orientada para que cada uno de ustedes se ejercite en la virtud. Sería una tristeza y una verdadera preocupación que cada uno de ustedes, se acomode a los criterios de este mundo, olvidándose que estamos llamados a pensar y a vivir, según los criterios y pensamientos de Jesús, el Buen Pastor. Cuídense de la mediocridad, de la indiferencia y de la falta de creatividad, pues estas tres realidades son enemigas de la gracia y, un seminarista o un sacerdote, no puede estar familiarizado con ellas. Son contrarias al espíritu de la Nueva Evangelización. Ya les he dicho en otro momento: “la secularización, también toca a la puerta de nuestro seminario cada día, y no podemos ignorar o vivir ajenos a ella”. Lo importante, es que estemos convencidos de los criterios y las actitudes que deben regir nuestra vida. Esto quiere decir que “aunque vivamos en el mundo, no somos del mundo” (cf. Jn 17, 16)
5. Jóvenes, sacerdotes y seminaristas, les comparto estas reflexiones con el único afán de que sean felices. Si como sacerdotes o seminaristas no estamos siendo felices, algo no está bien y necesitamos revisar la vida. Hoy, es importante que cada uno de nosotros consagrados, seamos un “Evangelio Vivo” ante los demás. Que nuestra vida y nuestro testimonio, sean capaces de transformar la realidad. Somos parte de estos 150 años de vida de este seminario y mucho se habla de los otros sido y han hecho, sin embargo, es necesario que tengamos claridad de los que nosotros somos y estamos llamados a ser.
6. Gracias nuevamente por estas muestras de cariño. Les pido que en su oración se acuerden de mí, pues como obispo, necesito de su oración y ayuda espiritual. Muchas gracias.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro