Homilía en la Misa del XXV Aniversario del Movimiento de Encuentros Conyugales

Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe “La Congregación”
Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., sábado 30 de agosto de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

 

Queridos miembros del Movimiento Eclesial Encuentros Conyugales,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Con gozo y alegría les saludo a cada uno de ustedes en esta noche, en la cual nos reunimos con el corazón llenos de gratitud, para agradecer a Dios todos sus beneficios y las bendiciones que nos ha regalado a los largo de estos XXV años de vida del Movimiento Eclesial “Encuentros Conyugales”. Reconocemos, sin duda que ha sido la gracia de Dios la que nos ha sostenido y acompañado en esta noble tarea, al servicio de la familia y de los esposos. [De manera muy especial quiero saludar al Pbro. Lic. Alberto Montes Olvera, Asesor espiritual desde hace muchos años de este Movimiento. Gracias Padre Alberto por tu servicio y entrega a este Movimiento]. También saludo con afecto al Matrimonio de Macario Corona y Fabiola Burgos, coordinadores del Movimiento a nivel diocesano.

2. Me alegra poder encontrarme con ustedes y poder celebrar juntos este aniversario, sobretodo en este tiempo en el cual la difundida crisis cultural, social y espiritual constituye un desafío para la evangelización de la familia, núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial. “La familia es un recurso inagotable y una fuente de vida para la pastoral de la Iglesia; por lo tanto, su finalidad primaria es el anuncio de la belleza de la vocación al amor, gran potencial también para la sociedad” (cf.  III Asamblea General Extraordinaria. Sínodo de los obispos, Instrumentum laboris, premisa). Como Iglesia, somos conscientes que la familia se encuentra objetivamente en un momento muy difícil, con realidades historias y sufrimientos complejos, que requieren una mirada compasiva y comprensiva. Es por ello que en este contexto, el Movimiento se enfrenta a una tarea muy exigente y como tal, puede y debe, ofrecer sus carismas y proyectos, para que los esposos  puedan vivir en un clima familiar propositivo y saludable para la vida de ellos mismos y de los hijos.

3. Es en este contexto que les invito a reflexionar en la palabra de Dios que el Señor nos ha dirigido en esta noche. En el Evangelio, Jesús explica a sus discípulos que deberá “ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tendrá que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). ¡Todo parece alterarse en el corazón de los discípulos! ¿Cómo es posible que “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (v. 16) pueda padecer hasta la muerte? El apóstol Pedro se rebela, no acepta este camino, toma la palabra y dice al Maestro: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte” (v. 22). Aparece evidente la divergencia entre el designio de amor del Padre, que llega hasta el don del Hijo Unigénito en la cruz para salvar a la humanidad, y las expectativas, los deseos y los proyectos de los discípulos. Es evidente que el Maestro y el discípulo siguen dos maneras opuestas de pensar. San Pedro, según una lógica humana, está convencido de que Dios no permitiría nunca que su Hijo terminara su misión muriendo en la cruz. Jesús, por el contrario, sabe que el Padre, por su inmenso amor a los hombres, lo envió a dar la vida por ellos y que, si esto implica la pasión y la cruz, conviene que suceda así. Por otra parte, sabe también que la última palabra será la resurrección. La protesta de san Pedro, aunque fue pronunciada de buena fe y por amor sincero al Maestro, a Jesús le suena como una tentación, una invitación a salvarse a sí mismo, mientras que sólo perdiendo su vida la recibirá nueva y eterna por todos nosotros.

4. Queridos hermanos y hermanas, este contraste se repite también hoy: cuando la realización de la propia vida, de la propia familia y vida conyugal está orientada únicamente al éxito social, al bienestar físico y económico, ya no se razona según Dios sino según los hombres (cf. v. 23). Pensar según el mundo es dejar aparte a Dios, no aceptar su designio de amor, casi impedirle cumplir su sabia voluntad. Por eso Jesús le dice a Pedro unas palabras particularmente duras: “¡Aléjate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo” (ib.). El Señor enseña que “el camino de los discípulos es un seguirle a él [ir tras él], el Crucificado. Pero en los tres Evangelios este seguirle en el signo de la cruz se explica también… como el camino del “perderse a sí mismo”, que es necesario para el hombre y sin el cual le resulta imposible encontrarse a sí mismo» (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 337).

5. Como a los discípulos, también a nosotros Jesús nos dirige la invitación: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24). El cristiano sigue al Señor cuando acepta con amor la propia cruz, que a los ojos del mundo parece un fracaso y una “pérdida de la vida” (cf. ib. 25-26), sabiendo que no la lleva solo, sino con Jesús, compartiendo su mismo camino de entrega. El Pablo VI al respecto nos enseña: «Misteriosamente, Cristo mismo, para desarraigar del corazón del hombre el pecado de suficiencia y manifestar al Padre una obediencia filial y completa, acepta… morir en una cruz» (Exhort. Apost. Gaudete in Domino, 27). Aceptando voluntariamente la muerte, Jesús lleva la cruz de todos los hombres y se convierte en fuente de salvación para toda la humanidad. San Cirilo de Jerusalén comenta: “La cruz victoriosa ha iluminado a quien estaba cegado por la ignorancia, ha liberado a quien era prisionero del pecado, ha traído la redención a toda la humanidad” (Catechesis Illuminandorum XIII, 1: de Christo crucifixo et sepulto: PG 33, 772 b).

6. Queridos hermanos y hermanas, para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor sigue asociando a sí y a su misión a hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y seguirlo. Como para Cristo, también para los cristianos cargar la cruz no es algo opcional, sino una misión que hay que abrazar por amor. En nuestro mundo actual, en el que parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo no deja de proponer a todos su invitación clara: quien quiera ser mi discípulo, renuncie a su egoísmo y lleve conmigo la cruz. La familia debe afrontar diariamente numerosas dificultades y pruebas. Ser una familia cristiana no garantiza automáticamente la inmunidad a crisis incluso profundas, aunque al pasar por ellas la familia se consolida, llegando así a reconocer su vocación originaria en el designio de Dios, con el sostén de la acción pastoral. La familia es una realidad ya “dada” y asegurada por Cristo, y al mismo tiempo es una realidad que hay que “construir” cada día con paciencia, comprensión y amor.

7. Quiero invitarles a no desfallecer y a entender que es en la cruz, donde los esposos han de fincar su vida conyugal y su vida familiar. Las situaciones críticas e internas a la familia,  como son: la falta de comunicación, la disgregación, la violencia y la falta de respeto, son precisamente porque se pierde de vista que el soporte de la relación es la cruz de Jesucristo. La cruz en la vida de la familia y del matrimonio de nuestro tiempo, pudiera ser una realidad ajena y que no se incluye en el programa, sin embargo, para que este llegue a ser un matrimonio cristiano o una familia cristiana, se necesita ser consciente de ello. La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (…) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1, 18-23).

8. Queridos miembros del Movimiento, San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí».

9. Sigamos evangelizando la vida conyugal, sigamos anunciando el amor a la cruz a través de este valioso movimiento. Especialmente, con aquellos que viven lejos y que parece ser que todo ha terminado. Busquemos nuevas formas de hacer brillar el amor de la primera vez. ¡Muchas felicidades por estos 25 años de vida y de acción evangelizadora!

10.  Que santa María de Guadalupe, la mujer valerosa, siga  mostrando el camino para llegar a Jesús y la manera de llevar la cruz de cada día. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro