Durante estos días nuestra atención está centrada en pleno mundial de fútbol. Es curioso que en todo el mundo, en todos los países y no digamos en México nuestra pasión futbolera crece naturalmente aún sin ser un admirador del deporte.
No es ningún secreto que el Papa Francisco es un apasionado del fútbol, él mismo explica la vida cristiana con el lenguaje del deporte. A lo largo de sus intervenciones con jóvenes ha manifestado su inquietud: “Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que juguemos en su equipo”. Está claro que todos cuando hemos querido participar en una competición de cualquier género, nos preparamos con tiempo, esfuerzo y dedicación.
¿Qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Responde el Papa: “Tiene que entrenarse y entrenar mucho. Así es nuestra vida de discípulos del Señor. Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás”.
Como todo deporte, nuestra vida cristiana experimenta momentos dulces y amargos, alegrías y tristezas, triunfos y fracasos, por eso igual que en el deporte, lo más importante en la vida no siempre es ganar, sino reponerse de los fracasos, de las caídas de esas debilidades que nos restan el coraje de continuar luchando. El Papa nos dice: “Y si comenten un error en la vida, si se pegan un resbalón, si hacen algo que está mal, no tengan miedo. Jesús, mira lo que hice, ¿qué tengo qué hacer ahora? Pero siempre hablen con Jesús en las buenas y en las malas”.
Para todo forofo al deporte, al cine, espectáculos, conciertos y aficiones personales, un buen lugar tiene precio. Todo cuesta y no siempre hay entradas gratis o de cortesía. El Papa nos dice: “hay que pagar la entrada. Y la entrada es que nos entrenemos para estar en forma, para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe”.
A nadie le gusta perder, no nos gusta experimentar la derrota ante un proyecto de vida que con tanta ilusión nos preparamos desde tiempo. Y más todavía cuando experimentamos la pérdida de un ser querido, cuando la enfermedad se asoma en nuestro hogar y sobre todo cuando algo o alguien no ha sido justo, debemos estar a la altura de estos acontecimientos, es decir saber jugar un partido limpio, ahí está la clave. “Cuando se está en el juego, cuando se está en el campo, se encuentra la belleza, la gratuidad y el compañerismo. Si a un partido le falta esto, pierde fuerza, aunque se gane”.
El éxito en nuestra vida y la meta en cualquier campeonato es ganar. El trofeo es sinónimo de victoria. Pero en nuestra vida cristiana se pone en juego algo más trascendente, ganamos algo más importante. Nos dice el Papa: “Jesús nos ofrece algo más grande que la copa del mundo; algo más grande que la copa del mundo. Jesús nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda y feliz. Y también un futuro con Él que no tendrá fin allá en la vida eterna”.
Y haciéndome eco de san Pablo diremos: “lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús”. (Flp 13,14)
Así pues, sepamos enfrentar y afrontar los retos que nuestra vida espiritual nos presenta. Siendo grandes competidores en el campo en que nos encontremos para cumplir la misión que Él espera y quiere de nosotros. ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez Publicado en el semanario «Diócesis de Querétaro», el 22 de junio de 2014.