IV Domingo de Pascua – Jn. 10, 1 – 10
Este texto de San Juan que nos presenta la imagen de Cristo, buen pastor es el ideal y el preferido para la toma de posesión de un nuevo párroco u obispo, puestos al frente de una parroquia o diócesis para regirlas como pastores en nombre de Cristo, único pastor de nuestras almas. De este pasaje podemos deducir las conductas que debemos seguir todos los que recibimos la delicada responsabilidad que nos da el Señor para conducir a su pueblo. Se habla aquí de una comunidad de personas en la que nadie es anónimo, porque el pastor, Cristo, conoce a cada uno por su nombre y ellos le conocen a Él. Todos, al ser llamados saben distinguir la voz del pastor entre todos los ruidos y voces del mundo. Comunidad por tanto con íntimas relaciones interpersonales donde cada uno es “alguien” y nadie es desconocido ni anónimo.
Es un texto que nos recuerda la admirable solidaridad de Cristo, que da la vida para que los suyos no anden como ovejas descarriadas ni sean víctimas de “ladrones y salteadores”. Además, Juan completa este cuadro simbólico añadiendo que Cristo es “la puerta” por la que han de pasar las ovejas si quieren acceder a la salvación. De esta manera la Palabra de Dios nos ayuda a entender mejor el sentido de la Pascua de Jesús y su relación con nosotros, los creyentes.
En el Antiguo Testamento el título de pastor se aplica ante todo a Dios para evocar la solicitud y el cuidado de Yahvé, que acompaña y guía a su pueblo a lo largo de la historia (Sal. 22 (23)). Además son llamados con este nombre los reyes y dirigentes políticos y religiosos a quienes el Señor pone delante de su pueblo para que lo conduzcan y gobiernen según su voluntad. No obstante los profetas tuvieron que denunciar muchas veces sus abusos y llamarlos “falsos pastores” porque se apacientan a sí mismos, se despreocupan del rebaño y lo dejan a merced de cualquier peligro (Ez. 34). Esta situación de abandono hace surgir una esperanza. Dios volverá a ser el pastor de su pueblo y suscitara un nuevo David, un Mesías liberador que apacentara el rebaño de Israel y lo protegerá.
Pero Jesús, además de ser el pastor que guía, es puerta por la que se entra; es por tanto al mismo tiempo la puerta por la que Dios viene a los hombres y a través de la cual tienen los hombres acceso a Dios. Él es la vida y al mismo tiempo la puerta para entrar en la vida. La puerta es importante en la casa. Sirve para entrar y salir, para permitir el acceso a alguien o para excluirle de nuestra intimidad. Jesús, al decir “yo soy la puerta”, habla de una puerta abierta por la que es posible entrar o salir, es posible el paso en dos direcciones. Habla directamente de sus ovejas, los redimidos, que deben ser conducidas a Dios en las moradas de la vida. Una puerta es paso hacia dentro y hacia fuera, por ello Jesús quiere decir que por Él viene Dios a los hombres y los hombres tienen entrada a Dios. Esa puerta nos introduce a vivir la experiencia de Dios que nos salva. A esta experiencia de encuentro y amor se refiere el Papa Francisco que nos lanza a hablar de Cristo: “Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? (EG 264).
La invitación del Papa hoy es a “pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida superficial”, a fin de que ayudemos a muchos a que conozcan la puerta para encontrarse con nuestro Padre Dios.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro