«Hermanos: ya que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3, 1).
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Queridos hermanos y hermanas de esta Diócesis de Querétaro, los saludo en la paz del Señor resucitado, a quien Dios ha constituido Señor y Mesías, colocándolo a su derecha para que también nosotros lo elevemos y sea declarado Señor de nuestras vidas. Les deseo de corazón a todos, la compañía del Señor Resucitado y de la Santísima Virgen María durante todo este tiempo de gozo pascual.
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En este párrafo de la carta a los Colosenses, el Apóstol Pablo invitaba a esa comunidad cristiana a mantener el orden y la solidez de la fe, utilizando una imagen muy sugestiva, que tiene su origen en el lenguaje militar, comparando a los cristianos con una especie de ejército bien dispuesto para la batalla; en esas palabras nosotros también nos sentimos reconfortados y animados, pues nos motivan a mantener el combate de la fe y nos alientan a discernir la actitud que debe tomar nuestra comunidad cristiana, después de su nuevo nacimiento en Cristo. Así, habiendo experimentado la fuerza de su resurrección al descender en las profundidades de las aguas bautismales, donde es aniquilado el poder de la muerte y, ahora es conformada por creaturas nuevas, hombres y mujeres, regenerados en el bautismo y bien dispuestos para el combate de la fe, como un ejército listo a defender esa marca recibida en el Bautismo.
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La misma solidez de la fe que pedía San Pablo a los cristianos de la comunidad de Colosas, es ahora requerida también de nosotros, quienes después de habernos preparado durante la Cuaresma, recorriendo la diversas etapas de nuestro bautismo, escuchando la Palabra de Dios y haciendo un serio examen de conciencia, hemos renovado nuestra profesión de fe y con ello, hemos dado pie a reconocer en Cristo resucitado, al Señor de nuestra vida y de nuestra historia. Hoy, lamentablemente vivimos un estilo de vida, en el que no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación, y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y considerarse sólo a sí mismos vencedores. Una apariencia se superpone a la realidad, llega a ser más importante, y el hombre ya no sigue la verdad de su ser, sino que quiere sobre todo aparentar, ser conforme a estas realidades. Y también contra esto está el no conformismo cristiano: no queremos siempre «ser conformados», alabados; no queremos la apariencia, sino la verdad, y esto nos da libertad, la verdadera libertad cristiana: el librarse de esta necesidad de agradar, de hablar como la muchos creen que debería ser, y tener la libertad de la verdad, y así recrear el mundo de una manera que no se vea oprimido por la opinión, por la apariencia que ya no deja aflorar la realidad misma; el mundo virtual se vuelve más verdadero, más fuerte, y ya no se ve el mundo real de la creación de Dios. El no conformismo del cristiano nos redime, nos restituye a la verdad. Pidamos al Señor que nos ayude a ser hombres libres en este no conformismo, que no está contra el mundo, sino que es el verdadero amor al mundo.
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El Apóstol de los gentiles nos anima a recibir con madurez a Jesús y al mismo tiempo a declarar con la boca y aceptar con el corazón su señorío en nuestra vida. San Pablo se refiriere con estas expresiones a la aceptación de Jesús hecha en la infancia por boca de nuestros padres y padrinos, y ahora, en la madurez volverla a renovar para que luchemos decididamente, evitando caer en el error de someternos nuevamente al imperio desde ideologías y de racionalismos donde la verdad de Dios y del amor, no son creíbles o no son aceptadas. Jesucristo ha sido constituido por Dios, Señor de todo lo de arriba y de todo lo de abajo, por ello, no nos doblegamos más ante ese poderío sino al único señorío de Jesús, quien nos mueve a desear las cosas de arriba que son nobles y perennes. ¡Él es nuestro Señor, vivo y resucitado!
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Busquen las cosas de arriba: el contraste entre las cosas de arriba y las cosas de abajo, se entiende a la luz de las prácticas religiosas de carácter material que se oponen a la victoria de Cristo. El cristiano tiene ahora delante de si, la imperiosa tarea de buscar las cosas de arriba, en tanto que las cosas de abajo son efímeras, inconsistentes y débiles, de ejercitarse como un batallón bien dispuesto al combate, dejando el hombre viejo que apetece lo carnal y terreno para revestirse del hombre nuevo, anhelante de las cosas celestes. ¡Miremos al cielo! sin quedarnos en una permanente mirada horizontal.
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No busquen las cosas de abajo. Esta exhortación del Apóstol se dirige de nuevo a quienes han resucitado con Cristo. Nosotros al renovar nuestra adhesión al Señor, ya lo hemos hecho durante la noche de Pascua. Por eso, el Santo Padre Francisco, en sus discursos continuamente nos ha manifestado su deseo de una Iglesia más libre de la mundanidad. San Pablo describe la comunidad cristiana renacida en Cristo como una comunidad que busca y aspira a los bienes de arriba y no se deja seducir por el placer de los bienes terrenos que ofuscan la mente; y se dispone a la lucha como un escuadrón en batalla, libre de la tentación de cerrarse en su cuadro institucional; libre de la tendencia al aburguesamiento y de la cerrazón en sí misma; libre sobre todo del clericalismo y del machismo. Esta es la clave de la Iglesia misionera y de puertas abiertas que anhela el Papa. La Iglesia en salida misionera, una Iglesia de puertas abiertas. «Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se ha quedado retrasado» (Exh. Ap. EG. 7).
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Vivamos este Tiempo Pascual con alegría y con gozo espiritual. No perdamos de vista que es un tiempo para conformar la comunidad, para cohesionar los elementos comunitarios que nos sostendrán y acompañarán el camino. El ejemplo de los Hechos de los Apóstoles que se leerá en la liturgia, marcará la pauta para cada una de las pequeñas comunidades, que poco a poco se van gestando en las parroquias “Comunidad de comunidades” (cf. DA, 170-177), crezcan y se consoliden como semilleros de discípulos misioneros. ¡La pequeña comunidad aviva a los hijos de Dios!
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Finalmente, queridos hermanos les deseo que la alegría del Evangelio inunde su vida, y esta alegría logre irradiar su luz en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la oficina, en la sociedad. Al mismo tiempo envío mi bendición para este Tiempo Pascual y mi sincera felicitación por las fiestas de resurrección, que a todos les llene la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!