III Domingo del Tiempo Ordinario – Mt. 4, 12 – 33
Después de un hecho trágico, Jesús comienza su ministerio, después de enterarse que Juan el Bautista había sido encarcelado. Un acontecimiento que posiblemente a muchos hubiera desanimado a cuidarse de alguna agresión; la visión de Jesús es diferente ya que para él es un punto de partida para realizar la misión, no guardando silencio sino tomando la iniciativa de caminar entre su pueblo “haciendo el bien y sanando a muchos de sus enfermedades”.
Juan Bautista es encarcelado y Jesús ocupa el centro de la escena. Debido a este arresto, Jesús se traslada desde Nazaret, donde ha residido toda su vida, hasta Cafarnaum. Para explicar el sentido profundo de este cambio de residencia, desde donde se va a iniciar el anuncio del Reino, el evangelista da la palabra al profeta Isaías. Así entiende este traslado, como el cumplimiento de una antigua profecia: la llegada de la luz a los pueblos paganos, simbolizada en la “Galilea de los paganos”: “El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz”.
La luz solo puede insertarse cuando se reconoce la oscuridad que hay en la comunidad o en el corazón del hombre; por eso la invitación imperativa de Jesús es “Conviértanse…”, ya que este es el camino para poder formar parte del Reino de Dios. El cambio o conversión que conlleva acoger el Reino es reconocer a Jesús como Mesías y seguirlo. Llama la atención la prontitud con la que los discípulos y su disponibilidad a abandonar todo lo que puede ser un obstáculo para seguir al Maestro. El seguimiento de estos cuatro primeros discípulos es la respuesta al mensaje del Reino y un ejemplo de cómo hay que responder al anuncio y a la invitación de Jesús.
El que toma la iniciativa y llama es Jesús, y son los discípulos quiénes tienen la libertad para dar su respuesta. Sobre este llamado, el Papa Francisco es claro cuando señala: “El discipulado misionero es vocación: llamado e invitación. Se da en un “hoy” pero “en tensión”. No existe el discipulado misionero estático. El discípulo misionero no puede poseerse a sí mismo… No admite la autoreferencialidad, o se refiere a Cristo o se refiere al pueblo a quien se debe anunciar… [es]Sujeto proyectado hacia el encuentro: el encuentro con el Maestro (que nos unge discípulos) y el encuentro con los hombres que esperan el enuncio”.
Sin embargo, para descubrir la llamada continua que Dios nos hace son necesarias la escucha y la oración. Solo así podremos discernir y responder a esta invitación de dar un paso más en nuestro seguimeinto.
Así haremos posible que la Buena noticia resuene en las periferias; allá donde nadie lo espera aparece la Luz dando alegría y liberando de oscuridades, tiniebla y cadenas.
La invitación sigue siendo a ser pescadores de hombres en la misión permanente; yendo mar adentro, donde las olas son impetuosas y los riesgos también son permanentes. Traspasando los límites de nuestros seguridades y comodidades, porque no somos pescadores de pecera, que solamente atienden a los que ya están en el camino, a los evangelizados, con actitud conformista.
¡Animo! La luz es Jesús, y nos invita a que nosotros seamos quienes la compartan, siendo luz del mundo.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro