Queridos hermanos sacerdotes, estimados diáconos:
“Ven, Señor, a visitarnos con tu paz, para que nos alegremos delante de ti, de todo corazón” (Antífona de comunión de la I feria de la III Semana de adviento). Con estas palabras que la Iglesia dirige a su Señor en la liturgia de este día, quiero iniciar este sencillo mensaje que dirijo a cada uno de ustedes en la cercanía de las fiestas navideñas, pues reflejan el sentido más genuino y atentico de la Navidad. El deseo que la presencia de Cristo, príncipe de la paz, alegre nuestro corazón, nuestra vida y nuestro ministerio, no es sólo un sentimiento que brota en este momento de mi corazón, es el deseo que quiere transformarse en una súplica a Dios, de manera que cada uno de ustedes se encuentre en la noche de navidad con Jesús, el Niño de Belén, y en él, la plenitud de sus alegrías y de sus gozos personales y ministeriales.
Me complace poder encontrarme con cada uno de ustedes en esta convivencia fraterna y sacerdotal, y juntos así, prepararnos a la celebración gozosa de la venida de nuestro Salvador Jesucristo. Pues Él, es origen permanente y siempre nuevo de la salvación, es el misterio principal del que deriva el misterio de la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, llamada a ser signo e instrumento de redención. Cristo sigue dando vida a su Iglesia por medio de la obra confiada a los Apóstoles y a sus Sucesores. Y en este tiempo propicio de la historia lo confía a cada uno de nosotros.
A lo largo de este año que estamos apunto de terminar, hemos sido testigos de una serie de acontecimientos que nos han marcado, particularmente la elección del papa Francisco, quien con claridad y parresia nos llama a vivir nuestro ministerio con alegría y con fidelidad, de manera que seamos testigos insignes, en medio de nuestro pueblo, de la unción que hemos recibido con el “oleo de la alegría” (cf. Homilía de la Misa Crismal 2013). Es por ello que esta mañana deseo agradecer a cada uno de ustedes su entrega generosa, la cual día con día realizan en las comunidades cristianas, dispersas en nuestra querida Diócesis. Créanme que no se los digo por hacerles un cumplido, lo expreso porque reconozco que en ustedes está la presencia gozosa del Espíritu que los lanza a llevar el mensaje del Evangelio; de verdad valoro su trabajo y su esfuerzo. Considero que como presbiterio existe una grande riqueza humana y sacerdotal en cada uno de ustedes; la variedad de carismas y ministerios me ha dado una muestra clara de que es posible trabajar juntos por un mismo objetivo y por una misma misión. Sin embargo, es preciso que no descuidemos y olvidemos la necesidad de estar unidos, de valorar la comunidad presbiterio. Por el contrario, nos veremos aislados y poco favorecidos en la comunión. Es importante que cada uno de nosotros nos sintamos parte de esta comunidad, que en ella fortalezcamos nuestras debilidades, compartamos nuestros esfuerzos, pero sobretodo tomemos fuerzas para vivir en la fidelidad a Cristo y a nuestro ministerio. Ustedes saben que estos tiempos no son tiempos fáciles, es necesario vivir unidos para poder fortalecernos.
“El presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debe poder encontrar los medios específicos de santificación; aquí mismo debe ser ayudado a superar los límites y debilidades propios de la naturaleza humana, especialmente aquellos problemas que hoy día se sienten con particular intensidad” (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, 27).
Otro acontecimiento que ha marcado la vida de nuestra Iglesia, ha sido sin duda el año de la fe, el cual buscó ser una oportunidad para fortalecer nuestro compromiso bautismal, y tomar conciencia de la necesidad de vivir unidos a Cristo, el único que sacia nuestras esperanzas y nos impulsa a llevar el mensaje del evangelio. Cristo, queridos sacerdotes y diáconos, en esta Navidad nos enseñará cómo hacernos pequeños y cercanos a los hombres y mujeres y puedan ellos así, encontrarse con su amor y con su redención. Dejemos que él nos siga enseñando cómo.
Finalmente, no quiero terminar este sencillo mensaje sin dejar de mencionar el papel y la fuerza que ha tomado en cada uno de nosotros la celebración jubilar por los 150 años de nuestra Diócesis; este acontecimiento sin duda, no se ve aislado de todo el proceso evangelizador y misionero que nuestra Iglesia vive y donde cada uno de nosotros somos pieza clave. De manera especial en la misión. Nuestro Plan de Pastoral nos anima y nos lanza a seguir haciendo efectiva la obra de Dios en medio de su pueblo, especialmente en el año de la Pastoral Litúrgica que estamos viviendo. Que este año que se avecina de fiesta y celebración sea verdaderamente un tiempo de gracia y salvación.
Termino con las palabras del Papa Francisco que dirigió a los sacerdotes en la Misa Crismal de este año: “Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido” (cf. Homilía Misa Crismal 2013).
¡¡¡Feliz Navidad y Año Nuevo. Muchas felicidades!!!
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro