Queridos hermanas y hermanas todos en el Señor:
Les saludo con gran alegría, estrechando un abrazo fraternal con cada uno de ustedes, esperando que al volver a encontrarse con sus familiares y amigos en esta su casa, renueven en ustedes la esperanza cristiana que les lleve a vivir el Evangelio siempre con un corazón alegre, deseosos de poseer los bienes espirituales, que nos da la gracia y la vida en Dios.
Sin duda que la experiencia de emigrar a un país extranjero ha sido una oportunidad que voluntaria o involuntariamente la Providencia les ha dado, con el fin de vivir una vida mucho mejor. Esta oportunidad, les ha llevado a encontrarse con ustedes mismos, en el clima del duro trabajo, de la soledad, del dolor, de la enfermedad y del hecho de sentirse extranjeros, en una cultura y en un país que nos son suyos. Les ha llevado a constatar personalmente que nuestras sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien es verdad comportan elementos problemáticos o negativos, tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto económico, sino también en el político y cultural. Sin embargo, no debemos olvidar que lo más importante en nuestra peregrinación por esta tierra, será siempre la búsqueda de los bienes espirituales.
El Papa Francisco nos lo ha dicho “Nuestro corazón desea “algo más”, que no es simplemente un conocer más o tener más, sino que es sobre todo un ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida” (cf. Mensaje para la jornada mundial del emigrante y del refugiado 2014).
Queridos hermanos, esta experiencia de volver a casa les ayude a valorar: lo que cada uno es, las tradiciones y la cultura que han recibido y heredado de sus padres, principalmente el don de la fe y sobre todo, a fortalecer las bases de su vida cristiana. No resistiremos al embate de una cultura que cambia rápidamente cuando a nuestra vida le falta el sólido fundamento del evangelio y de la vida cristiana auténticamente vivida.
Quiero decirle a cada uno de ustedes que en este caminar la Iglesia les acompaña y les acoge con grande alegría y con gran esperanza, pues confía en que ustedes sabrán custodiar los valores que han recibido como un tesoro invaluable. Aprovecho, además, para invitarles a sumarse a la experiencia de ser portadores del Evangelio con aquellos que viven la vida sin ilusiones y sin ninguna esperanza. La Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 18-20), está llamada a ser el Pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos, y lleva a todos los pueblos el anuncio del Evangelio, porque en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo. Aquí se encuentra la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser respetada y tutelada siempre. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. (cf. Mensaje para la jornada mundial del emigrante y del refugiado 2014).
Las fiestas de Navidad y de Año Nuevo, son una oportunidad propicia para encontrarse con sus familiares y amigos; sin embargo, si solamente fueran para esto, quedaría minado y subestimado el verdadero sentido de estas celebraciones, pues perderían su sentido y su naturaleza. Principalmente estas fiestas deben ser un momento intenso de encuentro con Dios, en su Palabra y en la Eucaristía. Ojalá que cada uno de ustedes busque los momentos para agradecer a Dios todas las bendiciones recibidas durante el tiempo que permanecieron lejos de su casa y de su patria.
Aprovecho, además, para invitarles a unirse de alguna manera a la celebración de los festejos por los 150 años de la erección canónica de nuestra Diócesis, los cuales concluirán el próximo 7 de febrero con una magna Celebración Eucarística en el estadio de Querétaro “La Corregidora”.
Los esfuerzos que la Pastoral de la Movilidad Humana, son con la firme voluntad de que sientan y experimenten que la Iglesia se preocupa por ustedes y les acompaña. Reciban mi bendición y mis mejores deseos en estas fiestas de Navidad y de Año Nuevo, la cual con alegría envío para ustedes y sus familiares, de manera especial para los que sufren por el dolor o por la enfermedad.
Fraternalmente en Cristo y con María.
Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, a 16 de Diciembre de 2013.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro