Homilía en la Misa de Ordenación Diaconal en el Seminario Conciliar de N.S. de Guadalupe

Plaza “Presbyterorum Ordinis”, Seminario Conciliar de Querétaro, jueves 28 de noviembre de 2013.
Año Jubilar diocesano  ~ Año de la Pastoral Litúrgica

Estimados hermanos sacerdotes y diáconos,
muy queridos ordenandos,
hermanos y hermanas todos en el  Señor:

 

1. Gozoso de poder celebrar esta Eucaristía y administrar en ella el Sacramento del Orden, en el grado de diáconos, a estos 10 jóvenes seminaristas, les saludo a cada uno de ustedes sacerdotes, vida consagrada, fieles laicos, amigos y familiares. Me siento feliz porque en este año jubilar, que la Providencia de Dios nos regala, esta celebración es un signo hermoso de que Dios, sigue confiando en su Iglesia enviando operarios a su mies. Esta celebración aviva en mí y en el corazón de muchos de ustedes, la esperanza de que es posible hacer vida las palabras del evangelio que hemos cantado con el salmista: “Vayan por todo el mundo y enseñen a todas las naciones” (cf. Mt 28, 18-20). Pues esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin del mundo, ya que el Evangelio es en todo tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esto, los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada (cf. Const. Dogma. sobre la Iglesia. Lumen Gentium, 20), de la que forman parte los diáconos y cuya naturaleza se explica en el ministerio de comunión, al servicio de la edificación de la Iglesia y de la construcción del Reino.

2. Al escuchar el mensaje de la palabra de Dios en las lecturas de esta mañana, podemos decir con seguridad que Dios, en su Hijo Jesucristo, sigue tomando la iniciativa de llamar a algunos a vivir de cerca con él, en amistad profunda (cf. Jn 12, 26), para que mediante su vida y su ministerio, hagan visible su rostro en el ejercicio de la caridad, expongan su mensaje y su vida en la predicación y finalmente, actualicen en la liturgia el misterio pascual. Estas tres realidades: Liturgia, Palabra y Caridad,  constituyen de manera armónica y perfecta, el ser y quehacer del futuro ministerio que hoy Jesucristo confía a estos 10 jóvenes elegidos, a fin de hacer vida el evangelio de la gracia, en el corazón de muchos hombres y mujeres que viven a nuestro lado.

3. En la primera lectura leída del libro de los Números (3, 5-9) escuchamos cómo el Señor le indica a Moisés: “Convoca a la tribu de Leví y ponla a disposición del sacerdote Aarón”,  anticipando en esto, el servicio litúrgico por parte de los diáconos. Sin embargo, es en Jesucristo que  esta realidad profética encuentra su plenitud, mediante el nuevo culto, de manera perfecta en la Sagrada Eucaristía.  El sacrificio de Cristo lleva  a su cumplimento  el culto provisional inaugurado por las prescripciones mosaicas. Los diáconos como ministros del culto divino, hacen suya la voz de los fieles para presentarla al Obispo diocesano y, en la liturgia a Dios mismo. Ayudan a hacer realidad la reunión eucarística. Por ello, queridos jóvenes, háganlo con sencillez y maestría. Sean vivo testimonio de quien se presenta a servir el altar mediante una pureza sin tacha y un alma pura. En este año de la Pastoral Litúrgica sean modelo y ejemplo de quienes celebran el culto a Dios con un corazón agradecido y labios limpios, de manera especial  en la oración de la Liturgia de las Horas a la cual se han de comprometer para toda la vida, pidiendo por ustedes mismos y por todas las necesidades de la Iglesia.

4. La lectura de los hechos de los apóstoles (10, 34. 37-43), nos ayuda a comprender la segunda realidad: el servicio de la Palabra. El Apóstol Pedro resume el mensaje y la obra de Jesús, donde subraya cómo es que Jesús encarga a sus testigos el anuncio del Evangelio.  Por ello, es preciso que todos nosotros, particularmente los diáconos, seamos conscientes de esto. “Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. El anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (cf. DA 29). El papa Francisco nos lo acaba de decir en la reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium: “Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y el más grande evangelizador». En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo (Exhort. Apost. Post. Evangelii gaudium, 12). Por eso queridos candidatos, esta tarea no será una opción en la vida que ustedes hoy asumen libremente, es parte esencial a su ser y quehacer. Ustedes se quieren consagrar generosamente mediante la vida de celibato. Recuerden que es para toda la vida. No desgasten sus fuerzas en relaciones mezquinas que no dejan nada bueno. Consagren su vida totalmente al evangelio y, de la predicación, sacarán fuerzas para seguir fomentando una sana afectividad y una  personalidad equilibrada.

5. Finalmente, la tercera realidad nos la revela el texto del evangelio (Mt 20, 25-28). Mateo, invita a los discípulos a cambiar de mentalidad. Es decir, a no pensar según los criterios humanos. “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo” (26-27). Si ustedes desean ser grandes aquí está a clave: “el servicio de la caridad en los hermanos”; de manera especial a los pobres, los enfermos, los que sufren.  “Es necesaria una actitud permanente que se manifieste en opciones y gestos concretos, y evite toda actitud paternalista. Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación” (cf. DA, 397). Hoy, necesitamos servidores del Reino con una mentalidad diferente, con una mentalidad que sea capaz de no tener pena o  vergüenza de dar la cara por aquellos que menos tienen o menos pueden. El Papa Francisco nos lo señala con palabras duras pero certeras: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.” (Exhort. Apost. Post. Evangelii gaudium, 270).

6. Queridos hermanos, ante estas tres realidades, que sin duda son desafiantes y que tal vez nos abruman, no debemos olvidar que es Dios quien precisamente nos da la fuerza y la gracia que necesitamos. La oración consecratoria de la ordenación, en su fuerza santificadora implora la gracia específica para este ministerio. Le pedimos a Dios que  “envíe, el Espíritu Santo, para que, fortalecidos con la gracia de los siete dones, desempeñen con fidelidad el ministerio”. (cf. Ritual de la ordenación). El Sacramento del Orden refuerza la gracia Bautismal, derramando el Espíritu Santo en abundancia sobre ustedes. El don de la sabiduría, los hará descubrir cuán bueno y grande es el Señor y, como lo dice la palabra, hará que su vida esté llena de sabor, para que, sean “sal de la tierra” (Mt 5, 13). El don de entendimiento, les ayudará a comprender a fondo la Palabra de Dios y la verdad de la fe. El don de consejo, les guiará a descubrir el proyecto de Dios para su vida, para la vida de la comunidad.  El don de fortaleza, les ayudará a vencer las tentaciones del mal y hacer siempre el bien, incluso cuando cuesta sacrificio. El don de ciencia, no ciencia en el sentido técnico, como se enseña en la Universidad, sino ciencia en el sentido más profundo, les enseñará a encontrar en la creación los signos de los tiempos, a comprender que Dios habla en todo tiempo y me habla a mí, y a animar con el Evangelio el trabajo de cada día. El don de piedad, mantendrá viva en el corazón la llama del amor a Dios Padre que está en el cielo, para que oremos a él cada día con confianza y ternura de hijos amados, especialmente con la Liturgia de las Horas; para no olvidar la realidad fundamental del mundo y de mi vida: que Dios existe, y que Dios me conoce y espera mi respuesta a su proyecto. Y, por último, el don del temor de Dios les impulsará a sentir hacia Dios un profundo respeto; el respeto de la voluntad de Dios que es el verdadero designio de mi vida y es el camino a través del cual la vida personal y comunitaria puede ser buena.

7. Esto, sin duda, conlleva una exigencia previa en cada uno de los elegidos, “la formación del corazón”, de manera que sea el encuentro con la gracia, la que nos disponga a entregarnos desinteresadamente. Santo Tomás de Aquino decía “la gracia supone a la naturaleza y la perfecciona” (S. Th. 1, q. 1, a, 8). Los años del seminario han sido este momento de preparación y de formación, buscando poseer un cúmulo de cualidades, espirituales, pastorales e intelectuales; sin embargo, la configuración con Cristo no termina aquí, es necesaria la formación permanente que tenga como fundamento la vida espiritual, el encuentro fraterno mediante la vinculación con el clero y la constante actualización de los temas y propuestas pastorales que sean necesarios. Quisiera invitar a cada uno de ustedes  jóvenes, a respetar y a querer siempre el seminario, esto lo haremos honrando su nombre mediante el ejercicio de una vida santa. Por favor, no dejen su director espiritual, esto les ayudará sobre todo en los primeros años de ministerio para que aprendan a ser “pastores” y “padres”. Necesitamos promover las relaciones profundas entre nosotros, de manera especial en el clero, lo cual implica de cada uno de nosotros disposición para dialogar, para encontrarnos en algún momento y compartir las alegrías y las dificultades ministeriales. En unos momentos más, ustedes harán ante el Obispo la promesa de la obediencia y respeto, lo que significa que ustedes deben estar dispuestos a unirse a un  proyecto común de salvación para su propia salvación y para la comunidad a la que cada uno de ustedes servirá.  El principio de la obediencia está en el hecho de saber escuchar. No sabrá obedecer quien no sepa escuchar.

8. Que nuestra Señora de Guadalupe, patrona y reina de este seminario, les acompañe en su vida ministerial.  Ella sabrá custodiar su corazón. Consagremos a ella toda nuestra vida, nuestras iniciativas pastorales y todo nuestro trabajo. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez 
Obispo de Querétaro