INBG, Ciudad de México, 28 de julio de 2019.
Año Jubilar Mariano
El día 28 de julio de 2019, la peregrinación Ciclista, entro a la Insigne Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, para estar un momento a los pies de la Morenita del Tepeyac, y agradecer por todos los favores recibidos, después de todo el recorrido que realizaron con tanta fe, con tanto fervor. Dios les alcance por manos de María sus suplicar y ruegos. Además tuvieron la celebración la Santa Misa presidida por Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de la Diócesis de Querétaro, quien en su homilía les compartió diciendo:
«Muy estimados hermanos sacerdotes, Queridos peregrinos ciclistas de la Diócesis de Querétaro, Hermanos peregrinos de las diferentes comunidades aquí presentes, Hermanos y hermanas todos en el Señor:
Después de peregrinar durante este tiempo, esta mañana de domingo, nuestros ojos y nuestro corazón, nuevamente vuelven a contemplar los ojos amorosos y misericordiosos de la Madre del cielo. Siguiendo el ejemplo de San Juan Diego, hemos querido muy de mañana, acudir a la escucha de la palabra de Dios y a la comunión del pan único y partido para celebrar nuestra fe, y atender así a las enseñanzas de los apóstoles. Nos mueve la certeza y la confianza que a pesar de que hace ya casi quinientos años, la Madre del verdadero Dios por quien se vive, quiere seguir mostrando y poner de manifiesto en esta “casita sagrada”, todo su amor en persona, su mirada compasiva, su auxilio y su salvación; escuchar el llanto y la tristeza, para remediar todas las diferentes penas, miserias y dolores de sus hijos más pequeños, de los que sufren, de cada uno de nosotros. Desde aquí, quiere escuchar las suplicas, y necesidades que traemos en el corazón o en el alma. Desde aquí, quiere escuchar el canto de gratitud a Dios por algún beneficio o por alguna bendición recibida. Desde aquí, quiere atender las suplicas y los ruegos de tantos y tantos hombres y mujeres que gimen por haber perdido el sentido de la vida y de la esperanza. Como Diócesis, hemos querido traer una intención común: “Pedir por la vida, especialmente aquella que se gesta en el seno materno”.
La palabra de Dios que acabamos de escuchar nos anima y nos alienta con la certeza de que nuestras súplicas serán escuchadas, pues indudablemente que es la vida de oración el recurso que el mismo Jesús nos enseñó para poder dirigirnos al Padre. San Lucas (11, 1-13) nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que «no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).
Esta oración recoge y expresa también las necesidades humanas materiales y espirituales: «Danos hoy nuestro pan para cada día, y perdónanos nuestras ofensas» (Lc 11, 3-4). Y precisamente a causa de las necesidades y de las dificultades de cada día, Jesús exhorta con fuerza: «Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lc 11, 9-10). No se trata de pedir para satisfacer los propios deseos, sino más bien para mantener despierta la amistad con Dios, quien —sigue diciendo el Evangelio— «dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan» (Lc 11, 13).
Al escuchar los cantos y las oraciones de los peregrinos a lo largo de todo el recorrido de nuestra peregrinación, me llamaba mucho la atención algo que además de ser muy hermoso, es muy genuino y muy cristiano: “Detrás de cada canto y de cada oración, entre poesías y alegorías; entre racimos y flores frescas, siempre va envuelto el corazón, la vida, el llanto, el sufrimiento, la existencia”. Con palabras sencillas pero de profunda confianza en Dios, como Abraham, cada peregrino hemos suplicado insistentemente al Señor, que atienda nuestros ruegos y nuestras suplicas; con la oración del Padre Nuestro, repetido sin cansancio, hemos hecho nuestras las suplicas que, esta bella oración nos ayuda a dirigir al Padre. Con el santo rosario, como “escalones que suben al cielo”, le hemos dicho a la Virgen María que interceda por nosotros para que nuestra vida, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra salud… en fin, todas nuestras intenciones, sean acogidas por el Señor.
Queridos hermanos peregrinos, al final del evangelio que acabamos de escuchar hay una frase que ha llamado mucho mi atención y que quisiera no perdamos de vista. Dice Jesús: “El Padre celestial dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”. Esto es muy importante y clave para nuestra vida. Si bien es cierto que muchos de nosotros rezamos el Padre Nuestro, el santo rosario y las oraciones que sabemos de memoria, es importante que aprendamos a pedir el Espíritu Santo. Hagámoslo con aquella sencilla fórmula: «¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!». El Espíritu Santo no sólo hace que oremos, sino que nos guía interiormente en la oración, supliendo nuestra insuficiencia y remediando nuestra incapacidad de orar. Por esto la misma Secuencia exclama: «Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea bueno». En efecto, sólo el Espíritu Santo «convence en lo referente al pecado» y al mal, con el fin de instaurar el bien en el hombre y en el mundo: para «renovar la faz de la tierra». Por eso realiza la purificación de todo lo que «desfigura» al hombre, de todo «lo que está manchado»; cura las heridas incluso las más profundas de la existencia humana; cambia la aridez interior de las almas transformándolas en fértiles campos de gracia y santidad. «Doblega lo que está rígido», «calienta lo que está frío», «endereza lo que está extraviado» a través de los caminos de la salvación. Nuestra difícil época tiene especial necesidad de la oración. Y de una oración que esté suscitada por la acción del Espíritu Santo.
Pidámosle a Dios que unidos a María, en este lugar y en este día, se renueve el misterio de Pentecostés. De tal manera que unidos a María nuestra oración sea una oración siempre motivada por el Espíritu Santo. Que Ella nos ayude a rezar al Padre unidos a Jesús, para no vivir de forma mundana, sino según el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.
Sigamos haciendo nuestras las cuentas del santo rosario y con insistencia dirijamos nuestra oración a la Santísima Virgen María. Ella nos escucha, nos atiende y nos socorre. Amén».
Al terminar esta celebración Mons. Faustino les dio la bendición y los peregrinos se dispusieron para ser recibidos por sus familiares, y posteriormente regresar a sus hogares, a continuar viviendo su fe.