(La alegría de ser discípulo misionero) Basta darse una vuelta por cualquier plaza, calle, o ,no se diga, un centro comercial. Tantas luces de colores, nieves artificiales, pinos llenos de adornos y nacimientos en memoria del hecho que marcó la historia toda de la humanidad. La historia del Dios hecho hombre que vino a ser en nosotros uno más y con nosotros una nueva humanidad. ¿Cómo no celebrar tan grande acontecimiento? Privilegiado tiempo de encuentro con lo Sagrado. Nos da la lección más grande: el pequeño Niño Dios de Belén nacido desposeído de todo tipo de magnificencia humana, cubierto por los más pobres en la cubierta de un portal; únicamente protegido con el calor de los animales que en el habitaban y que privilegiados servían al Rey de Reyes, cobijándole al sonido del canto angelical. Un canto de la creación expectante ante tal milagro de la Virgen doncella, que con un solo “Sí” nos dio a los hombres el paso a la Salvación; y de aquel justo Varón que confiado a la voz que en sueños le habló, cuidaba y protegía a esa familia, desvalida a los ojos de los hombres pero la más grande a los ojos de la Creación.
Así desde el principio fue una fiesta de familia. La noche de Navidad no solo nos congrega expectantes a la mesa, es la oportunidad del encuentro y del abrazo fraterno, de los que lejos están del hogar que un día les vio nacer. En Navidad, todos volvemos a ser un poco niños. A pesar de habernos separado de la familia durante el año, volvemos a ella para festejar la Encarnación del Verbo Divino. Nos une el Misterio, un misterio digno de contemplarse.
La Navidad suele ser una fiesta ruidosa, nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del Amor.
Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma.
El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida.
La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir.
Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, alegría y la generosidad.
Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor.
La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien.
La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti.
El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano.
La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos.
La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras.
La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado…
Tú lo eres, si, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres Navidad si tu sonrisa está llena de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti.
Una muy feliz Navidad es la que mantiene la puerta abierta al que lejos está de los suyos, es la que deja un lugar en la mesa para el que está solo y necesita de una familia para celebrar la vida que en Belén tiene una luz que nada ni nadie puede apagar. Si tú que ahora lees esto no tienes en donde pasar esta noche, no lo dudes :¡Ven a mi casa esta Navidad!
Pbro. José Rodrigo López Cepeda Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 14 de diciembre de 2014