Introducción
“…Todo lo que digan en la oscuridad será oído a la luz, y lo que hablen al oído en una habitación será proclamado desde las azoteas” (Lc 12, 3). Lo proclamado desde las azoteas es una alusión a la predicación de la Iglesia. Es el aspecto que el Evangelista San Lucas hace resaltar en este pasaje. El rechazo de la falsedad nos invita a hablar con franqueza.
En el mensaje cristiano fundacional, EL EVANGELIO, Cristo invita a sus discípulos a tener una presencia explícita en la historia, un testimonio visible. Totalmente límpidas son las imágenes y las palabras presentes en el Sermón de la Montaña: “Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de una montaña. Tampoco se enciende una lámpara de aceite para cubrirla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos” (Mt 5, 14-16).
Quien vive según las Bienaventuranzas se convierte en luz del mundo, es decir, en fermento de una nueva humanidad. La buena noticia de Jesús no puede permanecer oculta por miedo a la persecución (Mt 5, 11-12) o por la negligencia de los discípulos, sino que debe hacerse presente en el testimonio de vida.
1. El maestro.
Cubre todas las exigencias de un buen maestro, quien da ejemplo con su vida. Es decir, el Evangelio se ha encarnado en su existencia y lo refleja en su ideosincracia, en su modo de ser y actuar. Por eso los Santos han llegado a ser los mejores intérpretes de la Palabra de Dios, se hacen Palabra y, por su ejemplo de santidad, son un regalo no sólo para su tierra o su patria, sino para todo el mundo.
El Sacerdote vuelve a la fuente de su espiritualidad sacerdotal cuando reconsidera el DÍA DE SU ORDENACIÓN DE PRESBÍTERO: ¡qué fuerza y expresión de los ritos que se viven en aquella única y feliz ocasión! Retumban en sus oídos las palabras dirigidas por el Obispo:
“Y tú, querido hijo, que vas a hacer ordenado Presbítero, debes realizar, en la parte que te corresponde, la función de enseñar en el nombre de Cristo, el Maestro. Transmite a todos la Palabra de Dios que has recibido con alegría. Y al meditar en la Ley del Señor, procura creer lo que lees, enseñar lo que crees y practicar lo que enseñas.
Que tu enseñanza sea alimento para el Pueblo de Dios: que tu vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con tu palabra y ejemplo, se vaya edificando la casa santa, que es la Iglesia de Dios”.
2. El Sacerdote ‘in persona Christi’
En seguida, les dijo: “Te corresponde también la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio de tu ministerio alcanza su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por tus manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al Sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Date cuenta de lo que haces e imita lo que conmemoras, de tal manera que, al celebrar el Misterio de la Muerte y Resurrección del Señor, te esfuerces por hacer morir el mal y procures caminar en una vida nueva”.
El Papa San Juan Pablo II en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” explica la expresión “in persona Christi”: ‘quiere decir más que “en nombre de”, o también, “en vez de” Cristo.
IN PERSONA: es decir, en la identificación específica, sacramental con el “Sumo y Eterno Sacerdote”, que es el autor y el sujeto principal de su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie’.
El ministerio de los sacerdotes, en virtud del Sacramento del Orden, en la economía de la salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la Consagración Eucarística al Sacrificio de la Cruz y a la Última Cena”.
Por lo cual, “la Asamblea reunida para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente Asamblea Eucarística, un Sacerdote ordenado que la presida…” (EE 29).
3. El Sacerdote da vida a los signos
El Obispo siguió diciéndoles: “Al introducir a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo, al perdonar los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el Sacramento de la Penitencia, al dar a los enfermos el alivio del oleo santo, al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica, no sólo por el Pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recuerda que has sido escogido entre los hombres y puesto al servicio de ellos en las cosas de Dios. Realiza con alegría perenne, lleno de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando tu propio interés, sino el de Jesucristo”.
“Finalmente, al ejercer, en la parte que te corresponde, la función de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unido a tu Obispo, y bajo su dirección, esfuérzate por reunir a los fieles en una sola familia, de forma que en la unidad del Espíritu Santo, por Cristo, puedas conducirlos al Padre. Ten siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir, y a buscar lo que estaba perdido”.
4. El Sacerdote:
Maestro de la Liturgia. ¿Por qué?
Porque debe conocer el lenguaje litúrgico en los signos y ritos, en la eucología de las celebraciones, explicándolo a su feligresía con santa paciencia, y en la profesión de Cristo presente, especialmente en su Palabra, los Sacramentos y los prójimos, con una atención esmerada a los más débiles y necesitados (EA 12.16 y DA 246 – 257).
El sacerdote promueve la transmisión de la fe, es decir, cuida la educación de las personas en la experiencia de Dios presente en su interior, provocando en ella la adhesión de la fe y la experiencia de esa adhesión.
Cuando el sacerdote inicia al Misterio para tener experiencia de él y que el Misterio transforme la propia vida, la Iglesia se convierte así, primero en experta, y luego en maestra que hecha mano de un recurso pedagógico: la mistagogía, que le ayuda a explicitar lo que ella celebra y actualiza en el culto. La Iglesia es Madre y Maestra, ‘Mater et Magistra’.
Conclusión. El cuidado de las normas litúrgicas.
También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas debe ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía. El Sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecúa a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia (EE 52).
Pedimos al Pueblo de Dios sus fervorosas oraciones en favor de todos los Sacerdotes y de los futuros Sacerdotes, los seminaristas.
Pbro. José Guadalupe Martínez Osornio Presidente de la Comisión Diocesana para la Pastoral Litúrgica Publicado en el semanario “Diócesis de Querétaro”, 11 de mayo de 201