Solemnidad del LXXV Aniversario de la Coronación Pontificia
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗽𝗿𝗲𝗽𝗮𝗿𝗮𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮
Dulcísimo Jesús, amorosísimo Redentor mío y Pastor bueno de mi alma: aquí tienes a tus pies reconocida ya de sus errados pasos, aquella oveja perdida, que buscándola Tú con tanto afán y cuidado, se ha mostrado tantas veces rebelde al imperio con la que la llamaste a tu redil, y sorda a los repetidos silbos que le ha dado tu piedad. En tu presencia estoy ya, Señor, dando tristes balidos, suspiros amargos y funestos lamentos, sin atreverme a mirar al cielo de tu rostro, acordándome que he sido tan desobediente a tus preceptos, tan ingrato a tus beneficios y tan obstinado a los impulsos de tu clemencia. Pero merezca mi confusión, Dios mío, que Tú pongas en mí tus benignos ojos, que sólo con que mires, espero que me tengas compasión; pues o sé muy bien, piadosísimo Salvador del mundo, que tu misericordia no puede ver miserias en los miserables hijos de Adán, sin que al instante nos prepares el remedio, y que tu justicia, aunque tan recta, es tan dulce, que aunque no puede ver el pecado, moriste por el pecador. Miraste a un ciego de nacimiento, y le diste vista; miraste con tribulación a Zaqueo, y le llenaste la persona y casa de bendiciones divinas; miraste a tus discípulos peligrando en el mar, y les quitaste el sobresalto serenando su riesgo; miraste a las Turbas con hambre y a todos los dejaste hartos; miraste aquella afligida viuda que lloraba a su hijo muerto, y resucitaste al difunto por consolar a la madre; miraste a la Magdalena, y la perdonaste; miraste a San Pedro y tu vista lo volvió a tu gracia, y para abreviar, Tú eres el Divino Padre, que en cuanto miraste al pródigo desde lejos, que iba a arrojarse a tus sagradas plantas a pedirte perdón de sus enormes excesos, se te conmovieron luego las entrañas, le saliste al punto de encuentro, y le recibiste sin dilación en tus brazos; porque en Ti, lo mismo es ver miserias que remediarlas; lo mismo es ver angustias, que socorrerlas; lo mismo es ver aflicciones que acudir al alivio, como que para perdonar agravios a los delincuentes, y para usar de misericordia con los culpados, es tu Corazón tan dilatado que no tiene fin, y tu ánimo tan generoso que no tiene término; sabes el oficio, y tienes el ejercicio; te precias de tener la fama y haces alarde del uso. Pues, es, Pastor benigno y Padre amoroso, vuelve tus piadosos ojos a esta errada oveja, y mira a este ingrato pródigo con la vista de tu clemencia.
Arrepentido estoy de mi mala vida, y contrito de todas mis culpas, confieso que pequé contra Ti, en presencia de los cielos; y para más inclinar tu piedad a que me perdones, recurro confiado al trono de la misericordia; apelo a tu Madre María, acordándote que Tú me la diste por Madre, para que me reengendrase en tu gracia, y a ella me admitió por su hijo, para que como hijo de tal Madre halle siempre abiertas las puertas de tu soberana clemencia. Misericordia redentor divino, pues digo con toda mi alma, que antes mil muertes, que una ofensa. Misericordia, Dios y Señor mío, para remedio de este pecador miserable, honor de tu Santísima Madre, gloria de tu dulcísimo Nombre y de toda la beatísima Trinidad.
Amén.
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝗽𝗿𝗼𝘀𝗲𝗴𝘂𝗶𝗿𝗮́ 𝘁𝗼𝗱𝗼𝘀 𝗹𝗼𝘀 𝗱𝗶́𝗮𝘀
Postrado a tus sagradas plantas, poderosísima Madre y clementísima Virgen María, busco tu patrocinio y amparo a la sombra de esta tu milagrosa Imagen del Pueblito, deseoso de hallar gracia en los compasivos ojos de tu Santísimo Hijo, mediante tu intercesión Poderosa; y haciendo recuerdo de los muchos que han implorado tu protección en esta tu prodigiosa Efigie, y han experimentado tu valimiento, quedando libres de varios males y consiguiendo muchos bienes de naturaleza y gracia, quiero presentarte este memorial, haciéndote presentes las congojas que me afligen, los males que me molestan y los cuidados que me perturban, para acordarte tus sagradas piedades y excelentes misericordias y nobilísimas compasiones. Yo bien sé, que aun cuando los pecadores no nos acordemos de ti, Tú te acuerdas de nosotros, y tan deseosa de romper los lazos de nuestra perdición y los grillos de nuestro engaño, como de que hallemos remedio en nuestras tribulaciones y socorro en nuestras necesidades, llamas a todos con dulces gritos, diciendo a cada uno con voz suave: ¿hombre extraño, a dónde vas? Vasallo infiel, ama a tu Reina; siervo ingrato, sirve a tu ama; hijo perdido, busca a tu madre: busca a tu madre si suspiras como errado por el perdón de tus yerros. Sirve a tu ama, si deseas como siervo el premio de tu servicio. Ama a tu Reina, si pretendes como vasallo estimaciones reales. Ven a mi casa si quieres como peregrino la posada más segura. Y aun cuando nuestra ingratitud es tan necia, y nuestra obstinación es tan torpe, que no nos damos por entendidos a tus voces, ni por avisados a tus gritos, con todo, no cesas de procurar medios para avivar nuestra tibieza, ni dejas de continuar los impulsos que despierten nuestra atención, para que volviéndonos a Ti, y valiéndonos de tu abrigo, huyan de nosotros los males que nos hacen gemir en este triste destierro, y quedemos llenos de los bienes que pacifican los corazones y recrean los espíritus. Pues, es, suprema emperatriz de los cielos, Madre admirable de los pecadores, remedio único de los mortales, amparo último de los afligidos, aquí tienes al más afligido y al más necesitado de todos, y avergonzado de sí mismo, aunque arrepentido con tu auxilio, aturdido de mis necesidades, aunque confiado en tu amor; pasmado de mis locuras, aunque esperanzado en tu bondad; asombrado de mi ingratitud, pero, avisado por tu luz, te ruego que me admitas por tu vasallo, por tu siervo y por hijo tuyo, y , que me mires como Reina, como protectora y como Madre, que yo prometo escribir en mi corazón esta deuda, para no olvidar tal fineza y esforzar mi gratitud a tus piadosos oficios, hasta que por tu intercesión llegue a cantar eternamente tus alabanzas con los santos y con los ángeles en la gloria. Amén.
Ahora se rezan cinco Aves Marías, en memoria de los cinco Misterios, conforme al día en que se hace la novena.
𝗢𝗖𝗧𝗔𝗩𝗢 𝗗𝗜́𝗔
𝗠𝗔𝗥𝗜́𝗔, 𝗖𝗢𝗡𝗦𝗨𝗘𝗟𝗢 𝗗𝗘 𝗟𝗢𝗦 𝗔𝗙𝗟𝗜𝗚𝗜𝗗𝗢𝗦.
¡Excelsa y dulcísima María!, ¡Triclinio de la
Santísima Trinidad y Tabernáculo de Dios con los
hombres!. Tú eres Iris de Dios que anuncia las
deseadas bonanzas; la Columna de nube que
manifiesta la justicia. Tu Santuario de El Pueblito es
la misteriosa Arca de Noé donde los ánimos se
pacifican y los corazones se arrepienten; para
merecer así los alivios de tu fineza, los favores de tu piedad y las mercedes de tu misericordia. Allí, no hay triste que no halle alegría; enfermo que no alcance salud; pobre que no encuentre el socorro; ni afligido que no sea consolado. A tu Santuario acudimos en nuestras aflicciones, necesidades, penurias, enfermedades y tristezas. En tu Casa buscamos con seguridad la alegría, la salud, el remedio, el socorro y el consuelo. Ahí, tu corazón y el de tu Hijo, unidos en el padecer como en el Calvario, tienen la misma compasión. Y, habiendo tú padecido con El, no hay aflicción, pena o amargura que en tu Templo quede sin compasión, alivio y remedio. ¡Ea, Madre!, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en tu Santuario; tu Templo y nuestra casa. ¡Son tantos los afligidos que claman aquí consuelo dependiendo de tu poder! ¡Inclina tu favor a todos en la desgracia que lloran!. ¡Concede el alivio y el remedio a todos los males desde este Santo Lugar! Muestra así que eres mi Madre y enséñame a ser hijo tuyo, para que en Ti encuentre antídoto contra el pecado, escudo seguro contra el demonio, poderoso patrocinio para la gracia y norte fijo para la gloria.
Amén.
𝗢𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗳𝗶𝗻𝗮𝗹
Señor, Dios nuestro, que nos has dado como Madre y Reina a Santa María de El Pueblito, Madre de tu Hijo, concédenos que, bajo su Patrocinio e intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo Nuestro Señor.