1. Con alegría les saludo a todos ustedes en este día en el cual unidos a la Iglesia universal celebramos la Fiesta de la “Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén”, cuarenta días después de su nacimiento; esta fiesta es tradicionalmente conocida como la fiesta de la Candelaria, por el rito tan sugestivo de la bendición de las velas, que hemos llevado a cabo apenas al inicio de nuestra Santa Misa. Un gesto litúrgico que ancla su naturaleza en la Palabra de Dios que hemos escuchado, de manera especial en el evangelio (Lc 2, 22-42), donde Jesús es reconocido por el anciano Simeón como “Luz de las naciones y Gloria de Israel”. La monición con la cual me he dirigido a todos ustedes al inicio de esta celebración, señala que esta fiesta conmemora “la venida de Cristo que viene al encuentro con su pueblo que lo esperaba con fe”, es decir, es el momento en el cual Dios Niño cumple las expectativas de un pueblo que anhelaba la salvación, representados en los ancianos Simeón y Ana. Además, esta fiesta, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, Primogénito de la nueva humanidad, Luz de las naciones.
2. Me alegra poder celebrar esta fiesta con ustedes, quienes dedicados al estudio de la familia en sus diferentes disciplinas, buscan la tutela y salvaguarda de aquellos fines y objetivos para los cuales el Señor ha instaurado la familia humana entre un hombre y una mujer. Es un gusto poder compartir con varios de ustedes la alegría determinar los estudios de la Maestría en Ciencias de la Familia, que los capacita y los encamina para ser promotores del ‘Evangelio de la familia’, especialmente cuando ente los embates de la cultura actual, la naturaleza, grandeza e importancia de la familia natural, se ven sobajados por intereses particulares y adversos al plan salvífico establecido por Dios.
3. En este contexto litúrgico y celebrativo quiero compartir con ustedes la siguiente reflexión: en el evangelio vemos como María y José cumplen con una costumbre establecida por la ley de Moisés y es en ese acontecimiento que el Señor se revela a ellos como ‘Luz de las naciones’. Una realidad que el pueblo de Israel esperaba con ansia. Lo que me hace pensar que en las costumbres y en las cosas ya establecida, la gracia nos sorprende y nos alegra el corazón. ¡Cristo, luz del mundo, nos ilumina con su luz!, de manera que aquello que ha envejecido en nuestra vida, en nuestra comunidad, en nuestra familia, se vea rejuvenecido por la alegría del encuentro con Cristo, por la alegría de saber que en Cristo se cumplen las expectativas que en los años de nuestra vida hemos ido fraguando. Simeón, era un varón justo y temeroso de Dios. En él moraba el Espíritu Santo. Sin embargo, hasta que se encontró con el niño Dios pudo exclamar: “Mis ojos han visto al Salvador” (v. 30). Quizá muchos de nosotros somos hombres de Dios, observamos sus mandamientos, somos buenos y hacemos el bien. Pero nos falta dejarnos encontrar por Jesús, de manera que también como Simeón podamos exclamar: ¡mis ojos han visto al Salvador!
4. Ana, la profetiza, era muy anciana. No se separaba del templo ni de día ni de noche. Servía a Dios con ayunos y oraciones (vv. 36-37), sin embargo, después de su encuentro con el niño Jesús, dio gracias a Dios y hablaba de él a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Muchos de nosotros somos hombres de Dios, justos y temerosos de cumplir los mandamientos, incluso no nos aparamos del templo ni de día ni de noche, pero en realidad nuestro corazón ha envejecido y ha perdido la esperanza. Ustedes durante estos años han profundizado sobre la familia y sus realidades, quizá en este sentido necesitamos entender que la familia humana necesita de Cristo, Luz del mundo, para poder recuperar la alegría de ser lo que es, “la célula vital de la sociedad”. La primera y fundamental “escuela de humanidad” (GS, 52), llamada por Dios a tomar conciencia, siempre nueva, de su identidad misionera. He aquí el encuentro entre la Sagrada Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve a todos, quien atrae a unos y a otros al Templo, que es la casa de su Padre.
5. Cristo, Luz del mundo, el día de hoy viene a nosotros para iluminar la realidad dela familia en sus diferentes circunstancias y problemáticas. Lo hace mediante la Iglesia y la Iglesia mediante hombres y mujeres comprometidos con la verdad del evangelio. Es curioso como es María y José los que ofrecen al Nino y lo muestran a los ancianos. Que la familia hoy sea la que lleve a Cristo a la misma familia, sintetizado en el mensaje del amor humano. El mensaje cristiano siempre lleva en sí mismo la realidad y la dinámica de la misericordia y de la verdad, que en Cristo convergen: «La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre» (MV, 12). En la formación a la vida conyugal y familiar, el cuidado pastoral deberá tener en cuenta la pluralidad de las situaciones concretas. Si bien por una parte, es preciso promover iniciativas que garanticen la formación de los jóvenes al matrimonio, por otra, es preciso acompañar a quienes viven solos o sin formar un nuevo núcleo familiar, permaneciendo vinculados con frecuencia a la familia de origen (cf. Relatio Synodi, Asamblea del sínodo de los obispos sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo, n. 34).
6. Jesús viene a nuestro encuentro, dejémonos encontrar por él. Especialmente para que nos ilumine y nos transforme. Amén.