Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, San Juan del Río, Qro., 5 de agosto de 2015
Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada
Queridos hermanos sacerdotes,
hermanos y hermanas de la vida consagrada,
queridos amigos y familiares del Padre Tomás,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Nos hemos reunido en torno al altar del Señor para acompañar con la celebración del sacrificio eucarístico, en el que se actualiza el Misterio pascual, el último viaje del querido Padre Tomás Cano Garduño, que el Señor ha llamado a su presencia. Les dirijo a cada uno mi cordial saludo, de manera muy especial a sus familiares y amigos aquí presentes.
2. El Evangelio que se ha proclamado en esta celebración nos ayuda a vivir más intensamente el triste momento de la separación de nuestro difunto hermano de la vida terrena. San Juan nos relata una parte de la así llamada “Oración sacerdotal de Jesús”. La esperanza en la resurrección, basada en la palabra misma de Jesús: “Quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado” (Jn 17, 24). En otro texto escuchamos que dice: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Jn 6, 40). Ante el misterio de la muerte, para el hombre que no tiene fe parece que todo se pierde irremediablemente. Es la palabra de Cristo, entonces, la que ilumina el camino de la vida y confiere valor a cada uno de sus momentos. Jesucristo es el Señor de la vida, y vino para resucitar en el último día todo lo que el Padre le había confiado (cf. Jn 6, 39). En la cruz Cristo obtuvo su victoria, que se debía manifestar con la superación de la muerte, es decir, con su resurrección. Donde está el Señor estarán también los discípulos. La mirada de Señor llega hasta el final de los tiempos. Sitúa al pequeño grupo de sus compañeros en la irradiación de su gloria. Él mismo no puede dejarles para entrar en su gloria sin habernos dado la seguridad de que no hace sino precedernos y que luego le sigamos. Jesús es el primero que se preocupa de nuestra salvación. Más aún es el primero que vela por que lleguemos a la gloria del Padre.
3. En este horizonte de fe nuestro difunto hermano vivió toda su existencia, consagrada a Dios y al servicio de los hermanos, convirtiéndose así en testigo de la fe valiente que sabe confiar en Dios. Especialmente al servicio de varias parroquias en nuestra amada Diócesis. Nació el 24 de febrero de 1946 en Cebolletas, Coroneo, Gto., después de los estudios eclesiásticos en el Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe, recibió la sagrada Ordenación Sacerdotal el día 30 de marzo de 1968. Persiguió sus estudios en la Universidad Católica de Washington donde obtuvo la Licenciatura en Teología. Desempeñó el ministerio sacerdotal en el colegio vocacional del Seminario Conciliar; ejerció su servicio como Vicario Parroquial en la Parroquia de San Sebastián, San Pedro la Cañada, Santa María de Guadalupe Ahucatlán, San José en San José Iturbide, El Santo Niño de la Salud, y Párroco de la Parroquia de Santa María, Amealco, de la Parroquia Santa María de Guadalupe, el Colorado y recientemente era rector del Tempo de Jesusito de la Portería aquí en San Juan el Río. Su amor a la Santísima Virgen María de Guadalupe era ferviente e incondicional, pues durante varios muchos años acompañó la peregrinación de varones de a pie al Tepeyac, de la cual fue subdirector por algún tiempo. Creo que ustedes y yo sabemos de su cercanía y presencia con los peregrinos guadalupanos.
4. Queridos hermanos, en la primera lectura hemos escuchado cómo el apóstol Pablo, prisionero en Roma, exhorta a su leal discípulo Timoteo al valor y a la perseverancia en testimoniar a Cristo, también a costa de ser sometido a duras persecuciones, firme en la certeza de que “si morimos con Él, también con Él viviremos; si con Él perseveramos, también con Él reinaremos” (v. 11-12). Pensemos en estas iluminadoras palabras de san Pablo mientras con conmoción damos al querido Padre Tomás, la última despedida. Cuántas veces él mismo las habrá leído, meditado y comentado! La vida de los discípulos de Jesús está marcada por la perseverancia en la fidelidad. El misterio pascual, revelación del amor de Dios a su Hijo Jesucristo y a través de él, a todos los hombres. Ha hecho posible que los discípulos estén un día donde está su Señor y contemplen su gloria. Mientras tanto, debemos prepararnos para comparecer ante su presencia. “En este sentido, —como nos enseñó el Papa Benedicto XVI es bueno saber que — es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando « hasta el extremo », « hasta el total cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30) […]Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa « vida »: « Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo » (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces « vivimos »” (cf. Spe Salvi, 27).
5. Hermanos y hermanas, la unión sacramental, pero real, con el Misterio pascual de Cristo abre al bautizado la perspectiva de participar en su misma gloria. Y esto tiene una consecuencia ya para la vida de este mundo, porque, si en virtud del bautismo nosotros ya participamos en la resurrección de Cristo, entonces ya ahora «podemos vivir una vida nueva» (Rm 6, 4). Por esta razón, la piadosa muerte de un hermano en Cristo, más aún si está marcado por el carácter sacerdotal, siempre es motivo de íntimo y agradecido asombro, por el designio de la paternidad divina, que nos libra del poder de las tinieblas y nos traslada al reino del Hijo de su amor (cf. Col 1, 13). Que el Señor le acoja a él en su Reino y le conceda lo gozos del cielo y a nosotros que aún peregrínanos en esta vida, nos permita un día poder reunirnos con él para cantar las glorias eternas.
6. Mientras invocamos para este hermano nuestro la intercesión materna de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, de quien fue su devoto sacerdote y peregrino, encomendamos su alma elegida al Padre de la vida, para que lo introduzca en el lugar preparado para sus amigos, servidores fieles del Evangelio y de la Iglesia.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro