1. La ocasión de poder peregrinar esta tarde a esta Santa Iglesia Catedral y poder así celebrar en comunión el misterio central de nuestra fe en la Santa Eucaristía, es para cada uno de nosotros, consagrados y consagradas, la oportunidad de encontrarnos con el Misterio del amor misericordioso del Padre, que explica y justifica la razón de nuestra consagración. Una consagración que nace en el bautismo y que día a día se va perfeccionando de manera primordial en la respuesta generosa a la llamada que el Señor nos ha hecho para seguirle, viviendo los consejos evangélicos, de manera especial bajo el carisma de cada comunidad y familia religiosa.
2. Lo hacemos unidos en este día, en el cual la Iglesia universal celebra la fiesta de la ‘Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén’, en donde Cristo es presentado como Luz que ilumina a las naciones (Lc 2, 32). Esta celebración además de ser una fiesta tradicional para nuestro pueblo, por la bendición de las candelas, es una extraordinaria oportunidad para entender la naturaleza de la vida consagrada y su misión en la vida de la Iglesia. Con esta intención el Papa Juan Pablo II en 1997 instituyó la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, poniendo en el candelabro de la gratuidad y de la oración, a todos aquellos hombres y mujeres que han sido llamados a una vida de especial consagración. Este año bajo el lema: ”Vida consagrada, profecía de la misericordia, nuestra celebración quiere sintetizar los dos acontecimientos que han guiado nuestro ser y quehacer durante este tiempo como comunidad de fe: la Clausura en este día del Año de la Vida Consagrada que hemos vivido a lo largo de estos meses desde el 30 de noviembre de 2014 y la vivencia del Jubileo Extraordinario de la Misericordia al que Su Santidad el Papa Francisco nos ha convocado, como un tiempo para “experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (MV, 3).
3. Si hacemos un balance de este Año de la Vida Consagrada, bien podemos mirar atrás con profunda gratuidad a Dios por todo lo acontecido al respecto, y le rogamos nos conceda la gracia de seguir viviendo el presente con una entrega verdaderamente apasionada por el Reino y de mirar el futuro con la confianza de la Providencia divina, que nunca nos ha de faltar. Le pedimos también que nos conceda la gracia de la radicalidad evangélica siendo «Profetas de esperanza», pero no profetas de desventuras sino profetas que saben revestirse de Jesucristo y que saben, igualmente portar las armas de la luz permaneciendo humildes al mismo tiempo que diligentes, despiertos y vigilantes, así como lo supieron vivir y experimentar el anciano Simeón y la profetiza Ana (cf. Lc 2, 22-40).
4. Queridos consagrados y consagradas, en el contexto de los acontecimientos que vivimos como Iglesia es oportuno que nos preguntemos: ¿Qué significa que los consagrados acentúen en su particular seguimiento del Señor la dimensión profética hasta ser profetas del amor de Dios, y que la misma vida consagrada es profecía de la misericordia? El Papa Francisco en su carta apostólica que ha dirigido a los consagrados y consagradas con ocasión del Año de la Vida Consagrada, nos ha explicado las características esenciales del verdadero profeta: “El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte” (cf. Francisco, 21 de noviembre de 2014). De este modo, todos y cada uno de nosotros estamos invitados a purificar nuestra conciencia y nuestra intención, de manera que cada vez más nos adecuemos al espíritu de lo que Dios nos pide y no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Dios que nos ha llamado: colaboradores en su misterio de salvación. Sólo así estaremos en grado de interpelar la cultura, la sociedad y el entorno donde cada día nos desarrollamos y donde cada día ejercemos nuestro ministerio, especialmente entre las jóvenes generaciones. Por el contrario, queridos consagrados y consagradas, estaremos traicionando la alianza que hemos pactado con el Señor, el día en que le dijimos que sí y que sellamos este pacto de amor con la consagración definitiva.
5. Junto con la vocación profética está, de modo inseparable, la vivencia y experiencia de la misericordia de Dios. Sólo puede anunciar la misericordia divina, quien la ha experimentado; y entonces la anuncia, la proclama y la ofrece como testigo. Si el testimonio es veraz y viene refrendado por la propia vida, integra, coherente y fiel, dicho testigo llega a ser más creíble que los maestros. Precisamente porque es testigo convincente se convierte en maestro de aquello mismo que testifica. En este sentido —creo yo— se explica y se entiende, que muchos de los carismas fundacionales hayan sido inspirados precisamente en la conciencia y en el compromiso de los padres fundadores en responder a las necesidades de tantos hombres hambrientos de justicia, de verdad, de educación, de salud, de humanización. Fue su testimonio, hecho caridad, lo que propició que la familia o comunidad religiosa a la que cada uno de ustedes pertenece, gestase el carisma fundacional.
6. No debemos olvidar que todos y cada uno de los consagrados y consagradas, llevamos este tesoro de la misericordia de Dios en vasijas de barro (cf. 2 Cor 4, 7). Por esto necesitamos recibir contantemente la misericordia de Dios para poder ofrecerla y repartirla con la misma magnanimidad como se nos ofrece a diario. El padre Joseph Langford, cofundador con la Madre Teresa de Calcuta, nos narra en alguno de sus escritos que, la clave para entender el porqué de la acción de Madre Teresa, fue precisamente la convicción que ella tenía de sentirse necesitada del amor y la misericordia de Dios, quien nunca se cansa de buscarnos y perdonarnos. A los pobres de Calcuta les comunicó esta experiencia de ser buscados en nombre de Dios, incluso como ella había sido buscada en el tren de Darjeenling. Madre Teresa dedicó su vida a buscar a los pobres y los solitarios, siguiendo los pasos del Buen Pastor, no sin antes ella misma dejarse encontrar por Dios (cf. El encuentro que cambió su vida, Ed. Plantea Testimonio, p. 113). La misericordia de Dios no tiene más que un propósito: una puerta siempre abierta a la posibilidad de una vida cambiada y diferente; una invitación a un nuevo comienzo libre y limpio, más allá del peso de los errores pasados.
7. Queridos consagrados y consagradas, presentes en esta diócesis de Querétaro, como les he dicho en mi carta pastoral que les dirigí con ocasión del Año de la Vida Consagrada, retomando las palabras del Apóstol San Pablo a los Filipenses: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos ustedes a causa de la colaboración que han prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy, firmemente convencido de que, quien inició en ustedes la obra buena, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús” (Flp 1, 3-6). Agradezco su entrega y generosidad al servicio del evangelio, no sólo en el presente, sino a los largo de tantos años. Sigan difundiendo el buen olor de Cristo en todos los ambientes en donde cada uno de ustedes desempeña su acción evangelizadora.
8. Roguemos al Señor para que este Año Santo de la Misericordia, especialmente todos los consagrados y consagradas de esta amada Iglesia de Querétaro, sean infatigables de ese amor que el mundo olvida y que, en cambio, tanto necesita. Que sean profetas de misericordia y profecía del amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo, el primer consagrado al Padre y con el que cada uno de nosotros los consagrados estamos llamados a identificarnos en la forma de vida, en los gestos inconfundibles llenos de caridad, dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento, visitando al desnudo sin cerrarse a la propia carne, acogiendo al forastero y asistiendo a los enfermos, visitando a los presos de múltiples cárceles existenciales y dando sepultura a los que mueren y pasan de este mundo al Padre.
9. Profetas y profecía de ese amor misericordioso y tierno, lleno de compasión dando consejo al que lo necesita, enseñando al que no sabe, corrigiendo al que yerra, consolando al triste, perdonando las ofensas, soportando con paciencia las personas molestas, rogando a Dios por los vivos y por los difuntos.
10. Que la Santísima Virgen María, Madre de la Misericordia y Madre del Amor hermoso, acompañe, hoy y siempre, a los consagrados y consagradas de esta Diócesis, por los caminos de la misión, para ser a tiempo y a destiempo, Testigos creíbles de la misericordia del Padre. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez