Santa Iglesia Catedral, Ciudad Episcopal de Santiago de Querétaro, 12 de abril de 2015 – II Domingo de Pascua.
Año de la Pastoral de la Comunicación – Año de la Vida Consagrada
Queridos hermanos Sacerdotes,
muy queridas hijas del Orden de las Vírgenes,
queridos consagrados y consagradas,
queridos jóvenes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Reunidos en esta mañana para celebrar nuestra fe en el Señor, “ocho días después de la resurrección” (Jn 20, 26), imitamos a las comunidades cristianas que desde el origen han tenido como punto de referencia la celebración de su fe cada domingo. Hace ocho días en este mismo lugar celebrábamos que Jesucristo ha vencido a la muerte y que con su resurrección nos ha dado la posibilidad de heredar la vida eterna. ¡Esta es la certeza de nuestra fe y el mensaje central de nuestra predicación!
2. Este domingo tradicionalmente en la liturgia se denomina “Dominica in Albis”, pues es el día en el que los neófitos de la Vigilia pascual se ponían una vez más su vestido blanco, símbolo de la luz que el Señor les había dado en el bautismo. Después se quitaban el vestido blanco, pero debían introducir en su vida diaria la nueva luminosidad que se les había comunicado; debían proteger diligentemente la llama delicada de la verdad y del bien que el Señor había encendido en ellos, para llevar así a nuestro mundo algo de la luminosidad y de la bondad de Dios. ¡Cada uno de nosotros los bautizados estamos llamados para cuidar que el vestido blanco de nuestra dignidad de hijos de Dios, no se manche por el pecado y estamos invitados a velar para que la llama de la fe, no se apague por los vientos de las ideologías y de las falsas predicaciones!
3. El Santo Padre Juan Pablo II quiso que este domingo se celebrara como la fiesta de la Divina Misericordia, pues en la palabra «misericordia» encontraba sintetizado y nuevamente interpretado para nuestro tiempo todo el misterio de la Redención. Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor. San Juan hoy nos recuerda que Jesús al aparecerse a los discípulos y mostrarles los signos de la crucifixión, bien visibles y tangibles, también en su cuerpo glorioso (cf. Jn 20, 20. 27), cada uno de nosotros podemos contemplar el signo más hermoso de la misericordia divina. Esas llagas sagradas en las manos, en los pies y en el costado son un manantial inagotable de fe, de esperanza y de amor, al que cada uno puede acudir, especialmente las almas más sedientas de la misericordia divina. Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. ¡Esta fiesta es una invitación para que como el Apóstol Tomas, cada uno de nosotros nos acerquemos y metamos nuestra mano en el costado abierto de Cristo resucitado y creamos!
4. El Papa Francisco el día de ayer en la Bula Misericordie vultus, con la cual nos ha convocado al Jubileo Extraordinario de la Misericordia nos ha dicho: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado” (Francisco, Bula para convocar al Jubileo Extraordinario de la Misericordia Misericordie vultus, 2).
5. Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Toda la acción pastoral deberá estar revestida por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en nuestro anuncio y en nuestro testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia». Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa.
6. La Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías, profesándola principalmente como verdad salvífica de fe necesaria para una vida coherente con la misma fe, tratando después de introducirla y encarnarla en la vida de sus fieles. La Iglesia —profesando la misericordia y permaneciendo siempre fiel a ella— tiene el derecho y el deber de recurrir a la misericordia de Dios, implorándola frente a todos los fenómenos del mal físico y moral, ante todas las amenazas que pesan sobre el entero horizonte de la vida de la humanidad contemporánea.
7. Queridos hermanos y hermanas, me alegra que sea este el contexto litúrgico y la fiesta de la Divina Misericordia en el cual se lleve a cabo la consagración virginal en el Orden de las Vírgenes de la Hna. Faride Guzmán Magaña, pues sin duda que la consagración virginal es “signo trascendente del amor de la Iglesia por Cristo e imagen escatológica de la esposa celestial y de la vida futura, cuando finalmente la Iglesia viva en plenitud el amor de Cristo esposo” (cf. Exhort. Apsot. Post. Vita consecrata, 7). La vida consagrada refleja este esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. Y esto especialmente en las dificultades y pruebas (cf. Exhort. Apsot. Post. Vita consecrata, 24). En la medida en que cada consagrada viva una vida únicamente entregada al Padre (cf. Lc 2, 49; Jn 4, 34), sostenida por Cristo (cf. Jn 15, 16; Gl 1, 15-16), animada por el Espíritu (cf. Lc 24, 49; Hch 1, 8; 2, 4), cooperará eficazmente a la misión del Señor Jesús (cf. Jn 20, 21), contribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo.
8. Querida hija, la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde Usted esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. Mediante su consagración podrá Usted realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. Usted está llamada, desde ahora, a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. Vivir la consagración a Cristo de manera virginal, es un signo vivible que es posible ser bienaventurados aquí y ahora. Los tres signos que se le entregarán: el anillo, el velo y la liturgia de las horas, son el camino para ejercer la misericordia del Señor en medio de los hombres. ¡Cuídelos y llévelos con la alegría de las mujeres que salen al encuentro del Señor que llega!
9. Querida hija: Jesucristo nos ha enseñado que el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a « usar misericordia » con los demás: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). La Iglesia ve en estas palabras una llamada a la acción y se esfuerza por practicar la misericordia. Si todas las bienaventuranzas del sermón de la montaña indican el camino de la conversión y del cambio de vida, la que se refiere a los misericordiosos es a este respecto particularmente elocuente. El hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia, en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo. (cf. Juan Pablo II, Dives in misericorida, 14). Celebrar la misericordia del Señor, significa entonces asumir un estilo de vida misericordioso. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.
10. Queridos jóvenes, al proclamar las Bienaventuranzas, Jesús nos invita a seguirle, a recorrer con Él el camino del amor, el único que lleva a la vida eterna. No es un camino fácil, pero el Señor nos asegura su gracia y nunca nos deja solos. Pobreza, aflicciones, humillaciones, lucha por la justicia, cansancios en la conversión cotidiana, dificultades para vivir la llamada a la santidad, persecuciones y otros muchos desafíos están presentes en nuestra vida. Pero, si abrimos la puerta a Jesús, si dejamos que Él esté en nuestra vida, si compartimos con Él las alegrías y los sufrimientos, experimentaremos una paz y una alegría que sólo Dios, amor infinito, puede dar. Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. ¡Atrevámonos a ser bienaventurados de la misericordia!
11. Que la Santísima Virgen María, Madre de la Misericordia, nos obtenga la gracia de vivir plenamente, gustando la belleza del encuentro con el Señor resucitado y tomando de la fuente de su amor misericordioso, para ser apóstoles de la misericordia. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro