1. Con profunda esperanza hoy nos reunimos en esta santa iglesia catedral para celebrar nuestra fe en la Eucaristía, guiados por el espíritu de la Cuaresma que nos encamina hacia la meta de la Pascua, en la cual con toda la Iglesia, renovaremos nuestra fe y nuestro compromiso bautismal, para poder así experimentar “el misterio de la misericordia divina que se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel” (Francisco, Mensaje para la cuaresma 2016).
2. Esta noche queremos encomendar a Dios el camino eclesial en el que buscaremos que se ponga de manifiesto la santidad de la Sierva de Dios M. Eugenia de la Santísima Trinidad González Lafon, fundadora del Instituto de Religiosas Catequistas de María Santísima, mediante el proceso de beatificación y canonización que la Santa Madre Iglesia nos pide. Lo hacemos confiados en que la santidad de los bautizados, es el camino que nos ha de permitir ‘urdir la historia de la salvación’ en el tiempo presente que nos ha tocado vivir y que nos presenta el gran desafío de la nueva evangelización. “Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción la santidad como « alto grado » de la vida cristiana ordinaria” (cf. Juan Pablo II, Novo milenio ineunte, 31). Pues sin duda que las palabras del santo concilio ecuménico Vaticano II, siguen siendo para todos nosotros “alegre noticia de salvación”. “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG, 11).
3. La nueva evangelización requiere de la frescura y de la novedad que la santidad es capaz de ofrecer a toda la Iglesia, de manera que en el ejemplo de los santos, hoy seamos capaces de mostrar a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo que es posible vivir el evangelio. El ejemplo de los santos, el día de hoy nos anima y nos orienta para poner a tantos hombres y mujeres en contacto con Jesús y con su palabra, de manera que sean capaces de experimentar en su vida y en su alma, el alivio a sus enfermedades, dolores y sufrimientos que quizá han padecido por mucho tiempo.
4. Así lo hemos escuchado en la narración del evangelio de Juan (5, 1-6) que ha sido proclamado. Es curioso como el texto describe la escena, diciendo que junto a la piscina de Betesdá, hay muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que esperan la agitación del agua para poder entrar, y poder así quedar curados de sus enfermedades; sin embargo, muchos ante su realidad, es imposible que puedan acceder. Es el caso de aquel hombre —de quien no se dice su nombre— que lleva ya treinta y ocho años enfermos. Esta escena quizá sea una descripción de tantas realidades que existen entre nosotros el día de hoy. ¿Cuántos enfermos del cuerpo y del espíritu hay entre nosotros, que viven solos y que ante la imposibilidad de poder acceder a la vida y la salud del cuerpo y del espíritu, siguen postrados, esperando poder ser sanados? El evangelio nos enseña que ante esta realidad Jesús es la salvación, pues con su palabra es capaz de aliviar incluso las enfermedades más arraigadas y dolorosas, tanto en el cuerpo como en el Espíritu.
5. El evangelista nos narra que ante la realidad de aquel pobre paralítico, Jesús no permanece extraño o alejado; consciente de su necesidad y de su historia, se involucra y toma partido. Hace presente el Reino de Dios. Jesús conoce la realidad de aquel hombre, sin embargo le pregunta: “¿Quieres curarte?” (v. 6), una pregunta que parece ingenua, sin embargo es la muestra de que el Señor no violenta la propia libertad, pide y necesita nuestro consentimiento para llevar a cabo su obra salvadora. La respuesta de aquel hombre es una respuesta muy cruel y dura, pero muy real: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo” (v. 7). Queridos hermanos y hermanas, la respuesta del pobre paralitico, es una respuesta que golpea nuestra vida y nos grita la realidad de muchos hombres y mujeres que hoy día viven esta misma situación de soledad e imposibilidad de poder acceder a la salvación. Jesús da respuesta, con la fuerza de su palabra invitándole a tomar con sus propias manos el instrumento que le ha tenido sujeto durante tanto tiempo. “Levántate, toma tu camilla, y anda” (v. 8). Él se levantó, tomó su camilla y se marchó. La fuerza de la palabra de Jesús, es una palabra que alivia, que sana, y que integra. Es por eso, queridos hermanos y hermanas, que necesitamos anunciar la palabra de Dios. Que nuestra predicación sirva para que “muchos paralíticos”, queden curados, tomen su camilla y se incorporen a la comunidad.
6. Más adelante el texto nos relata de nuevo el encuentro de Jesús con aquel que había sido curado, y reitera en él el compromiso moral que adquieren aquellos que han recibido de Dios el mensaje de la salvación. El paralitico quedó curado y por ende su vida debía adquirir una nueva configuración y un nuevo compromiso moral. “Mira, ya quedaste sano. No peques más, nos sea que te vaya a suceder algo peor” (v.14 ). El Señor nos enseña que la predicación no sólo debe colaborar para curar las enfermedades corporales y espirituales, sino también para configurar la vida con el estilo del evangelio, fruto del encuentro con su persona. Según el Catecismo de la Iglesia católica, la catequesis enraizada en la teología moral es una catequesis del Espíritu Santo y de la gracia, de las bienaventuranzas y del decálogo, de la fe y la caridad, de las virtudes, del pecado y del perdón, y también una catequesis eclesial (CCE 1697). En esta catequesis del camino de la vida nueva se encuentra reflejado de una manera sintética el rostro de la moral cristiana y, quizás, una expresión muy lograda de su identidad y especificidad. Al formular la orientación de la catequesis moral, el Catecismo recoge los elementos propios de la moral cristiana y apunta a lo que constituye su verdadero centro. La identidad del cristiano viene dada por la confesión de Jesús de Nazaret como aquel en quien Dios se nos manifiesta y se nos da. La moral cristiana, necesariamente tiene que mirar y referirse a Cristo. Antes que las exigencias o los deberes éticos, está el amor gratuito de Dios que se entrega en Cristo. Lo primero, entonces, es la fe en Jesucristo. Por eso, Jesús pregunta al paralítico sobre su necesidad, precisamente como una profesión de fe. La moral tiene sentido dentro de la corriente de vida que nace de la fe y se expresa en el amor.
7. La Madre Eugenia así lo vivió y así lo supo poner en práctica cuando, inspirada por Dios, y ante la realidad sociocultural de su tiempo, sintió la necesidad de fundar un Instituto de religiosas catequistas, quienes inmersas en la Sabiduría encarnada, fueran capaces de imprimir en el corazón de la niñez, el amor y el conocimiento de Dios en su vida. Su compromiso por difundir el conocimiento sobre las verdades de fe, la celebración de los litúrgica de los sacramentos y los principios de la vida moral cristiana, le llevó a ingeniárselas para elaborar numerosos catecismos que ayudaran a los curas de almas a difundir su amor a Dios, y a la Santísima Virgen María, a quien se refería como la Virgen fiel. En este sentido creemos que la novedad de la santidad de la M. Eugenia, está precisamente en su coherencia de vida, entre el ser cristiana y su deseo de poner a los hombres y mujeres en contacto con la persona de Jesús y así, colaborar para que tantos paralíticos pudieran experimentar en su vida la salud y el alivio a sus enfermedades.
8. Queridos hermanos y hermanas, hoy iniciamos un proceso que sólo Dios sabe cuánto tiempo ha de durar y qué dificultades ha de enfrentar, sin embargo, somos conscientes que es la mano de Dios la que de manera providente nos ha de guiar. Estoy convencido que las cosas que son de Dios, él mismo las lleva a su buen término. Es por ello que les pido que hagamos de este proceso un tiempo especial de intensa oración, de manera que sea en la oración y con la oración, donde quienes integrarán el Tribunal diocesano, la postuladora y todos los implicados, tomen las decisiones que mejor convengan para la Causa.
9. De manera especial pidamos a la Virgen fiel, patona de Instituto, que interceda por nosotros para que no caigamos en la tentación de desviar nuestra mirada del misterio de la Cruz del Señor y que abrazándonos ella, nuestra vida se configure cada día, según el misterio pascual de Cristo que nos santifica y que nos salva. Amén.